jueves, 11 de diciembre de 2008

Sueño que escribo

Escribo. Sueño que escribo. Estoy en una sala grande, las tablas rojizas del suelo brillan a la luz del sol que se filtra por los cristales sucios de la ventana.
Estoy escribiendo, y estoy soñando que estoy escribiendo, sentada en el suelo de esa estancia amplia y sin muebles. Partículas de polvo en suspensión viajan por la luz. Puede ser temprano por la mañana y será verano.
Estoy soñando.
No estoy, estoy allí, sujetando con una mano un cuaderno tamaño holandesa de tapas duras color esmeralda.
Escribo, escribo que escribo, y sueño que estoy escribiendo; me veo desde el otro lado de la habitación, las paredes tienen hornacinas como en la casa de Tánger donde nací, sólo que éstas se hallan vacías. No hay ningún elemento decorativo, ningún cuadro, ningún objeto, ni alfombras. Sólo estoy yo sentada en el suelo de madera reluciente escribiendo. No me miro, no alzo la cabeza en ningún momento para verme mirándome, para ver a la otra que está de pie observando cómo escribo. El yo que sueña que escribo, que sueña que miro cómo escribo.
Y mientras estoy allí, de forma inesperada, el agua va invadiendo el lugar donde me encuentro. Primero una película finísima, y luego va creciendo, va inundándolo todo sin que mi yo escribidor se dé cuenta.
Veo el agua, un mar celeste, cubrirme despacio hasta que desaparezco por completo.

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