viernes, 21 de noviembre de 2008

Tras la batalla

Recorro los campos espesos, destellos de luces entre las hojas grandes de los árboles, y las sombras que amenazan, y los gritos de algunos pájaros, como saludos de seres invisibles que nos dan la bienvenida, a mí y a mis hombres, de vuelta a casa, tantos años después de partir, el adiós, el abandono, la incertidumbre del regreso, las miradas de las mujeres y de los niños, y de los viejos que se quedaron, sin saber si habría un mañana para ninguno de nosotros. Yo sé que vuelvo, que soy este hombre, este cuerpo resistente, esta consistencia, esta fuerza cansada, y soy la rabia que he sentido, y el asco, y los deseos, el hambre, yo sé que soy éste y que estoy volviendo a casa. Huelo a mi paso la frescura de la tierra mullida bajo los cascos de mi caballo, mi sudor, su sudor, el hastío, la esperanza, las preguntas, mi vida sigue, sigo existiendo, oigo el relincho de nuestras bestias, el roce de las pieles, los metales chocando, las conversaciones de los otros, pero muchos vamos ya en silencio, soy este que vuelve...

Despierto al alba. Vivo en un apartamento en el centro. El siglo veinte ha traído el desmoronamiento de todas nuestras ilusiones, la pérdida de la esperanza. No existe ese bosque, y yo no soy ese guerrero, ni siquiera soy fuerte. Y no tengo hijos, ni vínculos, ni nadie a quien regresar tras mi batalla diaria con la ciudad.

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